lunes, 5 de abril de 2010

Relato de una fotografía


Estábamos en una especie de graduación, la gente de mi alrededor iba engalanada y muy bien vestida. Alguien dijo "¡venga, una foto!". Sin más preámbulos todos nos concentramos y nos tomaron la fotografía. Se me ocurrió la idea de que podía hacer yo una a todos y que el fotógrafo saliera en la siguiente. Y así fue. Aquella fue la primera vez que la cámara estuvo entre mis manos, nunca más la solté.

Lo siguiente que recuerdo fue que me hicieron un encargo: debía capturar una imagen especial, algo que no fuera nada usual. De ese modo, me dirigí a la playa en busca de algo que me sirviera.
Estaba anocheciendo, cualquier imagen que pudiera haber sido buena, habría sido imposible de identificar con aquella oscuridad. Pero, de repente, algo llamó mi atención en la orilla: una especie de objeto viscoso se zarandeaba sin control a medida que las olas hacían de él un banderín. Me acerqué con cautela con mucha curiosidad. A medida que me iba acercando me fui percatando de que era un ser vivo (o al menos lo había sido). Era un calamar, bastante grande además. Comencé a contar sus tentáculos pero algo distrajo mi atención y perdí la cuenta. El ser se movía, pero flotaba en la superficie. Parecía un insecto de aquellos que aparecen en los estanques, un aclaraaguas como yo los llamo.
Esto no era algo normal para un calamar, además daba la impresión de ir persiguiendo algo. Había otros tres bultos que hacía intentos de escapar de los tentáculos del invertebrado, sin embargo no logré identificar la naturaleza de éstos.
Me pareció una gran imagen, todavía no sé porqué, pero quise fotografiarlo. De modo que cogí la cámara y saqué una foto. No me gustaba la perspectiva, con lo que me agaché y traté de hacer un primer plano del calamar con los otros tres seres difuminados al fondo. Perfecto, eso era lo que quería. Comprobé el carrete para ver cuantas fotos me quedaban disponibles: ¡imposible! ¡tan sólo llevaba hecha una foto! La primera...la que yo no había hecho. Examiné minuciosamente la cámara. Se me cayó el alma a los pies al darme cuenta de que no había corrido el carrete en ninguna de mis fotos. Se trataba de una cámara antigua y había que hacerlo, además de levantar la tapa del objetivo en cada disparo. Traté de calmarme, había perdido todas las fotos de la graduación, pero fotos importantes sólo había perdido las dos que acababa de hacer al calamar.
Alcé la vista, ya no estaba, había desaparecido. Un sentimiento de pesadumbre y desesperación comenzó a apoderarse de mí, pero mi vista fue más rápida que el sentimiento y escrutó a lo lejos cuatro figuras que se iban alejando de la costa. Podía lograrlo. Corrí el carrete, levanté la tapa del objetivo y me adentré en el frío y oscuro mar.
El agua me iba congelando y calando más y más conforme me iba adentrando en el agua. Cuando llegué a la altura del calamar, el agua me cubría por encima del pecho. El hecho de que hubiera una gran corriente y gran cantidad de olas no ayudaba en mi tarea. Estaba en una posición perfecta para hacerlo, de modo que me coloqué y saqué la foto en la perspectiva que antes había creído hacer. Sonreí, lo había logrado, tenía la foto. Miré a mi alrededor, todo estaba oscuro: estaba perdida y la corriente me impedía hacer pie.
Comencé a nadar por el simple hecho de no ahogarme. Cuando ya creía que no aguantaría ni un minuto más, divisé a lo lejos una gran sombra que flotaba en la superficie marina. Sin dudarlo, nadé sin descansó aproximándome cada vez más a ella. A medida que me acercaba, iba tomando forma a mis ojos y, hubo un momento en el que no tuve ninguna duda de lo que era. Era una pancarta, pero no una pancarta cualquiera, una de esas pancartas que llevan algunas avionetas para hacer publicidad en las playas. En aquel momento podría haber pensado en agarrarme a ella, sin embargo lo primero que pensé fue en hacerla una foto. De nuevo cogí mi cámara, corrí el carrete y levanté la tapa del objetivo. Lo último que recuerdo de aquello fue una gran sacudida por parte de una ola.
Un rayo de sol fue el que hizo que abriera los ojos. Estaba amaneciendo. Miré a mi alrededor y comprobé lo que más temía: aún seguía en pleno mar. Era un milagro que todavía estuviese viva y, sobre todo, que flotara sin más en pleno mar. Palpé debajo de mí y casi solté una carcajada al darme cuenta de que estaba sobre una lona. Esta no era otra más que la de la pancarta. Feliz por mi supervivencia, la adrenalina se me subió cuando descubrí a lo lejos una especie de construcción. Mi pulso se aceleró y sentí una ola de energía renovada dentro de mí. Sin pensármelo dos veces, salté al agua y comencé a nadar hacia allí. La pancarta me seguía lentamente en mi camino hacia la salvación.
Por fin llegué, estaba a punto de subir a la plataforma de piedra cuando de nuevo opté por lo menos seguro: quería hacer una foto. De forma mecánica cogí la cámara, corrí el carrete y levanté la tapa del objetivo. Tomé la foto, la última, porque antes de que pudiera darme cuenta una gran ola me derribó y me llevó con furia a través de un canal que se formaba entre la estructura de piedra.
La pancarta se cernía sobre mí, lo que me asustaba no era eso, sino la gran barra de metal que tenía en uno de sus laterales, barra que serviría como anclaje en la antigua avioneta que la transportaba. El agua empezaba a inundarme los pulmones y el golpe del metal estaba próximo. Lo único en lo que pensaba era en mantener la cámara en la superficie y en fotografiar todo cuanto pudiera. Pero no pude.
Estando al borde de una muerte segura, repentinamente me fije en una pequeña escotilla que había en una de las paredes del canal. No sé muy bien cómo lo hice, pero logré agarrarme a ella. Con un esfuerzo sobrehumano abrí la compuerta y la propia presión me metió con violencia en una especie de compartimento que consistía en cuatro paredes totalmente blancas. Pese a haber entrado, el agua se colaba a raudales y me costaba mucho cerrar la escotilla. La desesperación hizo que pronto me planteara: ¿seré capaz de cerrar o moriré ahogada? Aunque en el caso de lograr cerrarla, me encontraba en un zulo de cuatro paredes cuya única salida y entrada significaba la propia muerte. Si me salvaba ¿acaso me encontraría alguien alguna vez, o me quedaría allí sola para siempre hasta que muriera por falta de recursos?

Al despertarme en mi cama esta mañana, tenía la curiosa sensación de estar mojada, y eso que todo había sido un sueño...

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